lunes, 11 de agosto de 2014

Estaciones de Godot


Creo que no hay mejor manera de hacer la entrada personal a un nuevo blog que describir mi última media docena de estaciones (Sin Vivaldi eso sí):
 

Invierno sin nevada

I.

Siempre que despertamos con alguien, al menos la primera vez, es como una oportunidad sobre un lienzo en blanco, para que nos permitamos ser nosotros mismos, o al menos lo que en ese momento queramos. Si no lo hacemos es nuestro problema…

En cada vida se dan muchos, bastantes, tiempos y espacios, para poder desnudarnos, y vernos ante espejos de sinceridad.

Nuestros yoes, nuestras identidades, son juegos de las que pocas veces nos hacemos cargo, … delegando y culpando a otros.

Y a veces en situaciones anónimas, grandes conversaciones, en bares, trenes, estaciones, listas de espera, donde permitirnos decirnos lo que ya nos atrevemos a los que creemos nos conocen…


II.

Ayer observé y fui consciente de una extraña sensación, extraña por no haberla sentido nunca, extraña y más bien agradable. Anécdota o simple devenir. Dos grupos distintos de alumnos, Educación y Artes escénicas, coincidiendo en un mismo espacio, en un mismo evento. Dos momentos distintos, pasado cercano, presente inmediato, de mi desempeño laboral. Vi el reflejo de mi influencia. Unos orientando a otros, ambos conviviendo. Vi el reflejo de trozos de mi infinitesimal existencia. Varias miradas bastaron como destellos de lo que voy a dejar cuando me vaya.


III.

He visto a pocos rebeldes en casas con jardín, diciendo que saben lo que ocurre en un país, en una región, en la trastienda del poder. Sí he visto estados del bienestar pagando los impuestos de la obediencia, o financiados por el servilismo. Chalets llenos de estómagos agradecidos.


IV.

Empiezo a estar harto de sentir que no soy dueño de mi calendario, ni de mis espacios, es decir no son mis, son los que he dejado endilgarme.

¿Tengo miedo a regresar a España? (asumiendo debilidades)

¿Sé que al otro lado del charco hay más opciones para (sobre)vivir independiente?

Las semanas santas en México se me hacen eternas, y no elegidas…

 
Primavera marchita

Durante todo este tiempo por México, casi 8 años, quise hacer cosas de las que me sintiera orgulloso, aprender a largo plazo para llevarlo allá donde fuera, y regresar al otro lado del charco, tranquilo, sin ansiedad, sin melancolía, con la cabeza alta, sin temor a reproches ni a las criticas.

Pero en vez de eso me he dedicado a sobrevivir a corto plazo, al día a día, a dejarme llevar esperando a ver que me ofrecían, en vez de a buscar lo que podría procurarme. Y así, así cuesta seguir, y aún más regresar.


II.

Propongo que un criterio de calidad de vida pudiera ser la frecuencia, duración e intensidad de tiempo que pasamos dándole vueltas a lo que podríamos vivir y sin embargo no lo hacemos; llámese carencias, necesidades, limitaciones, angustias, miedos… a diferencia de otros que simplemente se dedican a vivir.


Por encima de entornos rurales o urbanos, formación universitaria o no formal, cultura, país, nivel social, cultural, o económico…, todos pasan un poco de puntillas, en la medida de la capacidad de significación y resignificación de cada cual en el día a día.


III.


Pocas veces en mi vida me sentí tan libre como las 3 o 4 veces que me he permitido sentir que bailaba, perdiendo noción de tiempo y espacio, o si era observador u observado.

Pocas veces tan niño siendo ya adolescente. Pocas veces jugar se hizo tan sencillo y a la vez tan preciso.

De dónde viene renunciar a estos juegos que nos dan la vida, para qué convertirnos en “tristes de cebolla”.

No entiendo. No entiendo nada. Si no encuentras placer en lo que hacías, ¿por qué no lo sustituyes?, ¿por qué dejar de hacer lo que te gustaba?, o ¿acaso es tan grande el miedo a quedarte solo?.



Verano sin otoño


Invierno. El regreso del osezno.

 
¿Cuántas vidas y momentos sostenidos en la esperanza de la indefinición?.

Rellenando de imaginación toda una vida de huecos indolentes.

 
Primavera en pijama sin bostezos.

La mayor parte de los momentos de tragaluz, a solas conmigo mismo intentando entender los recuerdos con otros, están dominados por la salida fácil del recurso de compadecerme, y yo que huía de la mediocridad, caía en la más fácil.

Como aquella etapa clave del final de la decena y principios de la veintena, dedicados a culparme por no haber sabido llenar a mi primer amor, idealizada aspirante a profesora de literatura alternativa y feminista con simpatías abertxales, que torno funcionaria y madre pavisosa guay en un barrio de Madrid.

 
 
Verano sin sol ni piscina

Todo pasa, y no sé qué llega. Lo que antes era logro ahora permuta en exigencia.

Ya no me vale con trabajo me guste. Sobre todo si en cuanto salgo sólo me estoy quejando y lamentando.

El reconocimiento en el puesto de trabajo torna en habito más.

En guerras que no son propias, cada batalla desgasta aun más que las vividas como propias, porque es tiempo dedicado a una derrota premeditada.

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