Dr. Javier González García
El Blog nace para reflejar mis procesos de creación, investigación y difusión sobre distintos aspectos que me identifican: cómo construyen su conocimiento los niños a partir de narraciones y juegos; crítica sobre la génesis del concepto Inteligencia Emocional; expresión desde la psicología del aprendizaje; arte y desarrollo emocional, el despertar de la educación emocional, y el impacto de talleres y aulas de creación como despertar emocional y creativo visto como proceso de aprendizaje.
lunes, 11 de agosto de 2014
Estaciones de Godot
Creo que no hay mejor manera de hacer la entrada personal a un nuevo blog que describir mi última media docena de estaciones (Sin Vivaldi eso sí):
Invierno sin nevada
I.
Siempre que despertamos con alguien, al menos la
primera vez, es como una oportunidad sobre un lienzo en blanco, para que nos
permitamos ser nosotros mismos, o al menos lo que en ese momento queramos. Si
no lo hacemos es nuestro problema…
En cada vida se dan
muchos, bastantes, tiempos y espacios, para poder desnudarnos, y vernos ante
espejos de sinceridad.
Nuestros yoes,
nuestras identidades, son juegos de las que pocas veces nos hacemos cargo, … delegando
y culpando a otros.
Y a veces en
situaciones anónimas, grandes conversaciones, en bares, trenes, estaciones,
listas de espera, donde permitirnos decirnos lo que ya nos atrevemos a los que
creemos nos conocen…
II.
Ayer observé y fui
consciente de una extraña sensación, extraña por no haberla sentido nunca,
extraña y más bien agradable. Anécdota o simple devenir. Dos grupos distintos
de alumnos, Educación y Artes escénicas, coincidiendo en un mismo espacio, en
un mismo evento. Dos momentos distintos, pasado cercano, presente inmediato, de
mi desempeño laboral. Vi el reflejo de mi influencia. Unos orientando a otros,
ambos conviviendo. Vi el reflejo de trozos de mi infinitesimal existencia.
Varias miradas bastaron como destellos de lo que voy a dejar cuando me vaya.
III.
He visto a pocos
rebeldes en casas con jardín, diciendo que saben lo que ocurre en un país, en
una región, en la trastienda del poder. Sí he visto estados del bienestar
pagando los impuestos de la obediencia, o financiados por el servilismo. Chalets
llenos de estómagos agradecidos.
IV.
Empiezo a estar
harto de sentir que no soy dueño de mi calendario, ni de mis espacios, es decir
no son mis, son los que he dejado endilgarme.
¿Tengo miedo a
regresar a España? (asumiendo debilidades)
¿Sé que al otro lado
del charco hay más opciones para (sobre)vivir independiente?
Las semanas santas
en México se me hacen eternas, y no elegidas…
Durante todo este
tiempo por México, casi 8 años, quise hacer cosas de las que me sintiera orgulloso,
aprender a largo plazo para llevarlo allá donde fuera, y regresar al otro lado
del charco, tranquilo, sin ansiedad, sin melancolía, con la cabeza alta, sin
temor a reproches ni a las criticas.
Pero en vez de eso
me he dedicado a sobrevivir a corto plazo, al día a día, a dejarme llevar
esperando a ver que me ofrecían, en vez de a buscar lo que podría procurarme. Y
así, así cuesta seguir, y aún más regresar.
II.
Propongo que un
criterio de calidad de vida pudiera ser la frecuencia, duración e intensidad de
tiempo que pasamos dándole vueltas a lo que podríamos vivir y sin embargo no lo
hacemos; llámese carencias, necesidades, limitaciones, angustias, miedos… a
diferencia de otros que simplemente se dedican a vivir.
Por encima de
entornos rurales o urbanos, formación universitaria o no formal, cultura, país,
nivel social, cultural, o económico…, todos pasan un poco de puntillas, en la
medida de la capacidad de significación y resignificación de cada cual en el
día a día.
III.
Pocas veces en mi
vida me sentí tan libre como las 3 o 4 veces que me he permitido sentir que
bailaba, perdiendo noción de tiempo y espacio, o si era observador u observado.
Pocas veces tan niño
siendo ya adolescente. Pocas veces jugar se hizo tan sencillo y a la vez tan preciso.
De dónde viene
renunciar a estos juegos que nos dan la vida, para qué convertirnos en “tristes
de cebolla”.
No entiendo. No
entiendo nada. Si no encuentras placer en lo que hacías, ¿por qué no lo
sustituyes?, ¿por qué dejar de hacer lo que te gustaba?, o ¿acaso es tan grande
el miedo a quedarte solo?.
Verano sin otoño
Invierno. El regreso del osezno.
¿Cuántas vidas y
momentos sostenidos en la esperanza de la indefinición?.
Rellenando de
imaginación toda una vida de huecos indolentes.
Primavera en pijama sin bostezos.
La mayor parte de
los momentos de tragaluz, a solas conmigo mismo intentando entender los
recuerdos con otros, están dominados por la salida fácil del recurso de
compadecerme, y yo que huía de la mediocridad, caía en la más fácil.
Como aquella etapa
clave del final de la decena y principios de la veintena, dedicados a culparme
por no haber sabido llenar a mi primer amor, idealizada aspirante a profesora
de literatura alternativa y feminista con simpatías abertxales, que torno
funcionaria y madre pavisosa guay en un barrio de Madrid.
Verano sin sol ni piscina
Todo pasa, y no sé qué llega. Lo que antes era logro
ahora permuta en exigencia.
Ya no me vale con trabajo me guste. Sobre todo si en
cuanto salgo sólo me estoy quejando y lamentando.
El reconocimiento en el puesto de trabajo torna en
habito más.
En guerras que no son propias, cada batalla desgasta
aun más que las vividas como propias, porque es tiempo dedicado a una derrota
premeditada.
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